No me acostumbro a las altas temperaturas, mucho menos a la lluvia caribeña que me recuerda a estar bajo el grifo de la ducha. De donde vengo hace mucho frío y cuando llueve no es precisamente caluroso.
Panamá me recibe con 30 grados de calor y lluvia torrencial a media tarde. Para ser honesta, el país me sorprende desde el primer momento, y no solo desde el punto de vista del clima, sino también por su desarrollo humano e infraestructura que salta a la vista. Panamá es la atractiva joya del caribe.
¿Y qué hago en Panamá? Periodismo, nunca turismo (rimó sin querer). En este país aprendo más sobre cambio climático y financiamiento. Un tema «candente» del que muchos comienzan recién ahora a preocuparse. De igual forma, espero que los medios y periodistas también empecemos a tomar nuestras plumas, cámaras y micrófonos porque la señal de alerta está en rojo incandescente.

En la Ciudad del Saber, una antigua base militar estadounidense, conozco a colegas latinoamericanos. Todos están interesados en cubrir temáticas medio ambientales y su espíritu hacendoso brota por sus poros. Es increíble encontrar a otros periodistas apasionados y comprometidos con su rol social. Definitivamente, el periodismo es más que contar historias y esta experiencia me ha enseñado aquello. Hasta hace algunos años tenía la noción de que informar era la clave, pero ahora siento que debo hacer un esfuerzo y entregar un elemento extra a mis historias. Creo que comprometerse con buenas causas no es algo malo (no cayendo en el activismo, claro). Al contrario, podemos interferir en decisiones importantes y ser un motor de fuerza para la ciudadanía.

Periodismo del futuro
Además de aprender sobre cambio climático y su financiamiento, también hay un espacio para aprender sobre el periodismo colaborativo. Definitivamente este el periodismo del futuro. Se acabó el lobo estepario y la búsqueda de la exclusiva para el reconocimiento y la fama. Si queremos construir periodismo de calidad, entonces hay que apostar por el trabajo multidisciplinario y eso se traduce en trabajar con otros, de la mano, sin darse codazos para ir en la búsqueda del bien común. Al final, eso es lo que aspiran las sociedades. Entiéndase el bien común en la concepción moderna.
Los periodistas tenemos que aprender a trabajar en equipo. A veces, siento que las escuelas de periodismo, especialmente en Chile, se enfocan demasiado en la obra individual, en el sello personal de los reporteros. No está mal tener un estilo, pero no debemos caer en los excesos.
Un ejemplo de exceso es la televisión chilena. El periodista parece casi el protagonista de la noticia. Se aparece varios segundas en su nota, incluso utiliza un acento extraño para leer la voz en off y al final cierra el despacho con su rostro y nombre. Me parece francamente un exceso. ¿Por qué no mejor utilizar esos segundos o minutos extras en conseguir mejores imágenes o quizás otra entrevista que aporte profundidad? La gente no es idiota. Sabe que detrás de una nota periodística está el trabajo de un reportero. En fin, pienso que si nos centramos más en el trabajo en equipo vamos a poder compartir mejor los roles y, en definitiva, el resultado será un trabajo completo, en profundidad que sin necesidad de hacer aspavientos será reconocido por la gente.
En Panamá, aprendí que el periodismo colaborativo puede cambiar vidas de millones de personas. Ejemplos de trabajos en esta línea hay cientos. El mismo Panamá Papers es toda una demostración de que los periodistas no somos superhéroes y no podemos con todo, por tanto, la unión hace la fuerza.
La investigación, el manejo de datos a gran escala o el reciente «periodismo estructurado» vienen muy bien con el reporteo colaborativo. Los periodistas tenemos que desafiarnos a dejar de lado esos egos e individualismos en pos de un producto de calidad para las exigentes audiencias.

La grúa
Debo resaltar que como reportera no puedo ir a un lugar sin antes haberlo examinado casi en profundidad para ver qué puedo reportear desde allí. No me quedo tranquila sabiendo que pude estar en un lugar que tenía una historia maravillosa.
Panamá no fue la excepción. Semanas antes de viajar me puse a leer sobre este país que tiene una de las obras de ingeniería más fascinantes del planeta. Me refiero al Canal de Panamá, el que por cierto tuve la oportunidad de conocer. En el sector de Gamboa, una localidad a 30 minutos de la capital panameña se encuentra una grúa de 112 metros de altura y que pesa 5.000 toneladas. Su nombre es Titán y fue construida durante la II Guerra Mundial por encargo del régimen nazi.


Se trató de 4 grúas o joyas de la ingeniería que Adolf Hitler mandó a construir. Para cuando acabó la guerra, los aliados se repartieron estas mega estructuras. La grúa Titán estuvo casi 50 años operando en Long Beach. En 1996 se trasladó al Canal de Panamá, donde opera hasta el día de hoy. Para conocer la historia con más detalle, dejo aquí un enlace de un artículo que escribí para Deutsche Welle (DW).
https://www.dw.com/es/tit%C3%A1n-la-gr%C3%BAa-nazi-del-canal-de-panam%C3%A1/a-46529975
https://www.dw.com/es/un-trofeo-de-la-ii-guerra-sobre-aguas-caribe%C3%B1as/g-46531631
Panamá fue, sin duda, una caja de sorpresas. Desde su canal, sus gorras, molas (arte textil tradicional) y su particular fauna, como los monos tití, el jaguar y el águila arpía, un ave rapaz que se caracteriza por su gran tamaño.
Mi visita a este país caribeño me abrió los ojos, pero no solo desde una perspectiva turística, sino más bien periodística. Hoy más que nunca creo en esta nueva forma de hacer periodismo. Siento que es una especie de revolución, tal como lo fue la Bauhaus en su tiempo para algunos arquitectos y diseñadores. Es una nueva forma de trabajo; una metodología que se desliga de prejuicios y estructuras arcaicas para ir en la búsqueda de un bien superior.