Un mes de Antártida (parte 2)

En la base antártica Yelcho quedé asombrada con la gran cantidad de pingüinos. Estos animales son adorables, aunque el olor que expele su mierda es muy desagradable. Mientras algunos machos se dedican a recoger piedras y  a construir «nidos», las hembras empollan. Así va la vida allí: recoger piedras, empollar y defecar a grandes toneladas. La colonia de pingüinos es gigantesca. No puedo dejar de repetirlo, porque me asombra ver tantos. Estos parientes de los dinosaurios se hacen notar: si te acercas mucho gritan ¡y vaya que es mejor no tocarlos!, porque están protegidos internacionalmente, además, las Skuas, aquellos pájaros gigantes que habitan por allá, no dejan de mirarnos. Es que no quieren que les robemos la presa y ellos tienen hambre de pingüinos. Nosotros no.

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Una hembra su polluelo en la Base Yelcho. Copyright: Natalia Messer

Yelcho es interesante como base antártica. Tiene a mucha gente joven haciendo ciencia. Nos encontramos allá con un grupo que no supera los 30 años y que lleva en el cuerpo más de 3 meses antárticos. Me pregunto: ¿cómo se resiste a tanto?, pero luego miro los rostros de estas personas y parecen extasiados con la idea de vivir en el fin del mundo.

Mi éxtasis también es parecido al de ellos y aunque mi experiencia no sea de tan larga data. El viaje entonces sigue, siempre en el buque, y mi anhelo es sólo uno: bajar y pisar tierra blanca. Le suplico a las olas que se callen por un rato para que pueda vestirme y partir con mi equipo a zonas desconocidas para mí y para cientos, miles, millones.

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Yelcho me regala un paseo de más de una hora por una montaña de nieve. Copyright: Natalia Messer

Mi próxima parada no está programada y resulta del todo inesperada. Cuando me dicen que bajaré en la Isla Decepción de inmediato viene a la cabeza un recuerdo reciente: una búsqueda por google de islas deshabitadas donde apareció ésta, la famosa Decepción. ¡Quién pensaría que conocería en primera persona aquel lugar! Cuando llegamos a esta isla volcánica llaman la atención  de inmediato los Fuelles de Neptuno. Son una bienvenida colosal. El acceso es muy estrecho y el buque parece metido dentro de un laberinto. Todas están asombrados con estos gigantes rocosos de puntas irregulares.

6. Fuelles de Neptuno Copyright Natalia Messer
Los Fuelles de Neptuno. La bienvenida a la Isla Decepción. Copyright: Natalia Messer

En la Decepción siento un frío que quema mi nariz, orejas y mejillas. Si bien la isla no está cubierta de nieve y se ve algo de verdor, la sensación térmica es muy baja, pero una caminata de más de dos hora me hace entrar rápidamente en calor. Allí acompañamos a un grupo de científicos chilenos, también muy jóvenes. Todos se ven motivados con la idea de explorar y hacer hallazgos. En cierta forma se parecen a los primeros exploradores que pisaron la Antártica. Tienen pasión, arriesgan sus vidas, su salud pero lo hacen por un fin mayor, en su caso el desarrollo de la ciencia.

En esta isla también visito una antigua ballenera noruega que después se convirtió en una base inglesa. A primera vista impresiona ver las casas vacías. Parece un pueblo fantasma, repleto de cilindros gigantes oxidados donde se mantenía el aceite de las ballenas. ¡Qué tiempos aquellos y en las condiciones en las que se vivía! El frío debió ser costumbre.

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Las casas están vacías. Lo que alguna vez fue una ballenera noruega en la isla volcánica Decepción. Copyright: Natalia Messer.
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Vista interior de uno de los oxidados cilindros donde se guardaba el aceite de ballena. Isla Decepción. Copyright: Natalia Messer

De vuelta al buque la rutina sigue siendo la misma, pero la piel se siente fresca, porque he pisado tierra, por eso a esas alturas ya tolero el encierro y hasta lo disfruto. Las comidas se vuelven más sabrosas, sobre todo después de volver de las estaciones y asombrosas islas antárticas.

En esta aventura no nos detenemos. Nuestra próxima parada es la base antártica Arturo Prat de la Armada de Chile. Allí celebramos los 70 años de la estación con himnos, aplausos y comida. El lugar es interesante y nos regala un hermoso día soleado. A ratos me pregunto si estoy en el extremo austral. También me quedo asombrada cuando un científico chileno, el Dr. Marcelo Leppe, nos habla de la misteriosa Antártida verde, que hace más de 80 millones de años estuvo en sus orillas plagada de árboles y dinosaurios (Aquí un reportaje que hice sobre este fascinante tema: http://www.revistanos.cl/2017/03/rodeada-de-arboles-y-dinosaurios-la-desconocida-e-inimaginable-antartida-verde/).

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La maravilla de encontrarse con días así. Esto es ganarse la lotería. Copyright: Natalia Messer.

El viaje sigue y ahora el destino es la base O’Higgins. Allí se encuentra la estación militar chilena y el DLR (Deutsches Zentrum für Luft und Raumfahrt). Me cuentan que es como la «Nasa alemana», entonces me parece interesante para averiguar más de ellos y quizá producir algo de material para medios.

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Para llegar a la base O’Higgins hay que subirse al helicóptero. El mar está repleto de hielos y dificulta el acceso a las lanchas zodiac. Copyright Natalia Messer.

En la base alemana es la oportunidad perfecta para hablar alemán y conocer lo que hacen. ¡Persiguen satélites desde allí y proporcionan información vital al gobierno de Chile, sobre todo en emergencias! (Aquí para leer un artículo sobre aquello en DW: http://www.dw.com/es/alemanes-persiguen-sat%C3%A9lites-desde-la-ant%C3%A1rtida/a-38112871).

Antena GARS Copyright Natalia Messer
Una antena de 9 metros de altura recepciona y envía datos satelitales en la base alemana. Copyright Natalia Messer

Después de visitar la base O’Higgins el viaje comienza a llegar a su fin. Hay sentimientos encontrados: felicidad por haber cumplido con casi todo y tristeza por volver a la vida normal, porque aunque se pasó frío y la comida no fue tan sabrosa, se tuvo la posibilidad de conocer otros parajes que no todos pueden ver.

Comparto aquí un fotoreportaje de mi aventura en la Antártida publicado en Deutsche Welle: http://www.dw.com/es/una-blanca-aventura/g-37686959

Para un periodista visitar la Antártida es una tremenda experiencia, pero pienso que no sólo lo es para los de nuestra profesión, sino para cualquiera. De pronto la vida es muy rutinaria y es necesario tener estas oportunidades para reflexionar acerca de quiénes somos, lo que queremos y de las maravillas naturales que nos rodean.

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